viernes, 4 de septiembre de 2015

La historia de Kevyeras Freyguld, un paladín atípico

-De modo que has echado a perder tu oportunidad para ser un caballero de Sune, Kev -le interrogaba la voz sorpendentemente melodiosa del dracónido.
-¡No! Bueno, no estoy seguro.  Es todo tan confuso...
-No es confusión, es resaca. Anda y termínate el desayuno, que llegamos tarde.  Nos comprometimos a estar antes de las 12 en la plaza para partir hacia Phandalin con la caravana.

Kevyeras apuró el cuenco de una manera un tanto precipitada.  Aun así, para el resto de acompañantes sus modales fueron, como siempre, exquisitos.  En ocasiones Kev se preguntaba qué pensarían sus padres de las compañías que frecuentaba y de su falta de estilo y grandeza.  Probablemente le reprocharían sus propios modales y no los de sus amigos.  A veces podían ser tan estirados...

Su padre, Malcolm, o mejor dicho Lord Freyguld, era el jefe de una de las casas nobles de Silverymoon.  Una de tantas que, en tiempos tumultuosos, había sabido hacerse rica e importante.  Aquellos tiempos de opulencia y prosperidad habían pasado, en parte debido a la mala gestión de sus antecesores.  El propio Malcolm había recibido la carta de nobleza y la jefatura de la casa Freyguld inesperadamente, debido al fallecimiento sin descendencia de su tío. 


Al revisar las propiedades y contabilidad de la casa, Malcolm se había dado cuenta enseguida de que aquél era un regalo envenado, ya que tras una fachada de fiestas y banquetes se encondía una economía ruinosa y unos negocios locales que distaban mucho de ser prósperos.  El padre de Kev había tardado casi 4 años en poner en orden la hacienda que le había tocado en herencia, y sólo pudo hacerlo con la ayuda de los Wordsworth, una de las pocas casas nobles de Silverymoon que aún consideraba que los Freyguld merecían la pena.

Pasaron algunos años más, y como no podía ser de otra manera, los Wordsworth aparecieron un día con la idea de cobrarse los favores que en tiempos le habían prestado a su padre.  Tras haber convertido las ruinosas empresas en negocios florecientes, los Wordsworth pretendían cobrarse la ayuda de una manera algo peculiar: Malcolm debía casarse con la hija menor de los Wordsworth, entroncando ambas casas y sellando así una alianza perpetua entre ambas.  Sólo había un problema: Yreine, concubina de Malcolm y madre el propio Kevyeras.


Yreine había aparecido en su vida de casualidad, como las mejores cosas en la vida.  Quiso la suerte que Malcolm estuviese en la calle cerca de ella cuando un rufián trató de apoderarse de su bolsa.  Malcolm la recuperó y quiso entregar al ratero a las autoridades, pero Yreine se negó a esto último.

-¿Cómo te llamas, pequeño?
-Chuck, señora.  Gracias por no denunciarme.
-De nada, pero a cambio quiero que hagas algo por mí.
-Lo que usted diga, señora.

Yreine entonces abrió la bolsa que el ratero había tratado de robar.  En su interior había una considerable cantidad.  Tanto como para que una familia completa comiese durante algunos meses.  La elfa, en un gesto asombroso que Malcolm no entendió, le tendió la bolsa al joven.

-Toma.  Quédate lo que hay en la bolsa.  A cambio deberás hacer lo siguiente:  usarás este dinero para mantenerte mientras aprendes un oficio.  Algo que se te dé bien.  Con esos dedos tan ágiles que tienes, seguramente algún artesano podría contratarte de aprendiz.  Gasta el dinero prudentemente.  Compra comida y alquila una habitación en alguna parte.  Harás esto el tiempo suficiente como para poder establecerte con un trabajo honrado.  Nada de robar.  A partir de ahora no tienes por qué hacerlo.
-Pero... señora... 
-¡No he terminado! Como decía, usarás este dinero hasta que te puedas ganar la vida honradamente.  Y una vez lo hagas, quizás dentro de algunos años, puede que un pequeño ratero trate de robarte a ti un día.  O puede que simplemente paseando cerca del río veas a un chico en apuros, como tú estás ahora.  Sea lo que sea, te acordarás de este momento.  Te acordarás de mí, y de cómo gracias a lo que te doy ya no vives en la calle.  Pues bien, has de prometerme ayudarás a ese chico igual que yo te estoy ayudando a ti.  Piensa en ello como una deuda a largo plazo.  Si por entonces estás establecido, tómalo como aprendiz o criado.  Si tienes un techo donde guarecerte, acógelo.  Haz lo que te dicte el corazón y verás que no equivocas.  ¿Estás de acuerdo?


El pobre y alucinado muchacho se debatía entre las risa y el llanto de emoción.  No tenía palabras para contestar a la doncella elfa que, con un gesto, había cambiado su vida en lugar de arruinársela.  No, sin lugar a dudas no la olvidaría.

La escena impactó a Malcolm tanto por la caridad y sabiduría de Yreine como por su encanto y su belleza.  Una cosa llevó a la otra y en cuestión de meses estaba viviendo en la casa Freyguld, compartiendo penas y alegrías con el señor de la casa.  Nunca se casaron, ya que la elfa no era partidaria de ese tipo de compromiso.  "Soy longeva y viviré más tiempo que tú, Mal.  No me pidas que me case contigo.  Me resultaría muy duro ser la viuda de un humano y vivir en soledad el resto de mis días".

Y así fue como, por una maniobra política, la casa Freyguld ya no fue un lugar apropiado para su madre ni para él.  Yreine no se lo tomó mal, y tras una breve escena de ternura y comprensión empezó a hacer el equipaje.  Se pondría en contacto con unos parientes en Evereska y se mudaría allí, al menos de momento.

-Kevyeras -Yreine se dirigió a él en élfico, seguramente con la intención de que su padre no les entiendese- te espera un mundo de sorpresas y de aventuras emocionantes, no me cabe duda.  Espero que me escribas y me cuentes lo que ocurre aquí o donde quiera que vayas.
-¿No quieres que vaya contigo, madre?
-Puede parecerte cruel, pero en Evereska no son tan... liberales en lo que respecta a los mestizos.  Sólo podrías entrar en el Bosque Eterno con un permiso muy especial que se otorga en raras ocasiones.  Aquí en las tierras de los humanos te denominan Semielfo, pero en las tierras élficas serías señalado com Semihumano.  Los elfos somos criaturas orgullosas, y nuestras tradiciones son rígidas y probablemente anticuadas.  No serías una persona de segunda clase en Evereska, Kevyeras, sino una semipersona.
-Pero... ¿qué haré?  Padre no me quiere aquí tampoco.  Un bastardo resulta un inconveniente cuando tienes que casarte por conveniencia.
-Hijo mío, recorre el mundo.  Sal y encuentra tu destino.  Si haces fortuna y renombre, puede que puedas reclamar el título de tu padre en el futuro.  Pero también puede que para entonces ese título ya no te interese. 

Y con estas palabras y un abrazo, Kev se quedó solo.  Por primera vez en su cómoda vida tenía que tomar decisiones.  Y como todo el mundo cuando hace algo a lo que no está acostumbrado, se equivocó en muchas ocasiones.  La última de ellas la noche anterior.  El destino o el azar le habían llevado a la ciudad de Neverwinter.  Allí había vivido los últimos tres años, ganando su sustento como enviado o paje de alguna de las casas nobles locales.


Su más reciendo empleador, Lord Zaffor, era un antiguo miembro de una de las órdenes de paladines más pintorescas que Kev había visto jamás: la Orden de la Rosa Rubí.  La orden estaba dedicada a la diosa Sune, la de cabellos de fuego, patrona del amor cortés y de la pasión que arde en los corazones, ya sea por una noche o por una eternidad.

Kev se indentificaba con el dogma Sune, ya que por suerte o por desgracia era de corazón caprichoso y había tenido ya sus muchos escarceos, y no pocos problemas, con las muchachas locales.  No podía evitarlo, era un don.  Kev podía ver la belleza donde otros no veían más que una cara, un gesto, un vestido a la moda o una mirada perdida.  En su haber tenía una gran colección de besos (algunos robados, otros cortejados y algunos incluso suplicados) y muchos corazones rotos, ya que si bien Kev era un amante atento y gentil, su compromiso para el amor solía terminar con el canto de gallo, momento en el cual no era raro verle escabullirse por alguna ventana y alejarse silbando ante el amanecer.

Fue precisamente Lord Zaffor el que patrocinó su ingreso como escudero en la Orden, así que seguramente sería el primer decepcionado ante lo que había ocurrido la noche anterior, noche en la que él debía haber velado sus armas ante la imagen de Sune esperando una señal que le reconociese como su guerrero sagrado.  Ésa era la tradición que imperaba en la orden.  A la mañana siguiente tendría que haber relatado su visión ante los miembros veteranos de la Orden y, de considerarla ellos legítima, pasar a formar parte de ella.


Pero claro, algo ocurrió mientras Kevyeras velaba sus armas.  Ese algo tenía una cintura cimbreante, una melena azabache hasta la mitad de la espalda y la mirada desamparada de alguien que se ha perdido irremediablemente en la ciudad.  ¿Qué clase de caballero sería si no ayudase a una damisela en apuros?  Y Kev la ayudó.  No fue culpa suya que en agradecimiento aquella joven le invitase a una copa de vino en la posada.  La misma posada en la que ahora terminaba su desayuno y en la que sus amigos le esperaban para realizar aquel trabajo de escolta de caravanas. 

Ya vería cómo se lo explicaba a Lord Zaffor y a sus compañeros de la Orden.  Quizás le diesen otra oportunidad más adelante.  O quizás pertenecer a la orden no fuese tan importante después de todo.  Por fin sus amigos y él iban a realizar un trabajo remunerado fuera de Neverwinter.  Era la oportunidad perfecta para conocer el mundo más allá de las ciudades.  Él, sus tres amigos y una caravana de mercancías.  ¿Qué podría salir mal?


1 comentario:

  1. ¡Pues espero que no vayas a jugar "La mina perdida de Phaleter" (como la conocemos en mi entorno) porque entonces van a salir mal muchas cosas! :D

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