lunes, 30 de noviembre de 2015

Reparación

—Usted dirá...
—Pues aquí lo tiene —dijo Rebeca poniendo las piezas encima del mostrador.
—¡Hala! —dijo el técnico dejando escapar un silbido nada tranquilizador. —¿Cómo ha ocurrido?
—Quince años de matrimonio y una secretaria de ventipocos.
—Un clásico.
—Sí... ¿Tiene arreglo?
—Por supuesto, pero va a costar mucho.
—¿De cuánto estamos hablando?
—De uno a tres años. Tal vez más.

En la calle, el letrero "Se reparan corazones" parpadeó mientras ella firmaba el presupuesto.

Éste es el relato que no llegó a tiempo de participar en un concurso de microrrelatos del trabajo.  Por lo visto alguna lumbrera decicidió que si el plazo era el 30 de noviembre, todo lo que no hubiese llegado el viernes 27 no concursaría.

Es una pena, y es que yo no tengo la culpa de que me venga la inspiración un domingo por la tarde.  Para que por lo menos alguien lo lea, y también para que quede publicado y por lo tanto invalidado para concurso en cualquier otro certamen, queda aquí publicado. 

viernes, 4 de septiembre de 2015

La historia de Kevyeras Freyguld, un paladín atípico

-De modo que has echado a perder tu oportunidad para ser un caballero de Sune, Kev -le interrogaba la voz sorpendentemente melodiosa del dracónido.
-¡No! Bueno, no estoy seguro.  Es todo tan confuso...
-No es confusión, es resaca. Anda y termínate el desayuno, que llegamos tarde.  Nos comprometimos a estar antes de las 12 en la plaza para partir hacia Phandalin con la caravana.

Kevyeras apuró el cuenco de una manera un tanto precipitada.  Aun así, para el resto de acompañantes sus modales fueron, como siempre, exquisitos.  En ocasiones Kev se preguntaba qué pensarían sus padres de las compañías que frecuentaba y de su falta de estilo y grandeza.  Probablemente le reprocharían sus propios modales y no los de sus amigos.  A veces podían ser tan estirados...

Su padre, Malcolm, o mejor dicho Lord Freyguld, era el jefe de una de las casas nobles de Silverymoon.  Una de tantas que, en tiempos tumultuosos, había sabido hacerse rica e importante.  Aquellos tiempos de opulencia y prosperidad habían pasado, en parte debido a la mala gestión de sus antecesores.  El propio Malcolm había recibido la carta de nobleza y la jefatura de la casa Freyguld inesperadamente, debido al fallecimiento sin descendencia de su tío. 


Al revisar las propiedades y contabilidad de la casa, Malcolm se había dado cuenta enseguida de que aquél era un regalo envenado, ya que tras una fachada de fiestas y banquetes se encondía una economía ruinosa y unos negocios locales que distaban mucho de ser prósperos.  El padre de Kev había tardado casi 4 años en poner en orden la hacienda que le había tocado en herencia, y sólo pudo hacerlo con la ayuda de los Wordsworth, una de las pocas casas nobles de Silverymoon que aún consideraba que los Freyguld merecían la pena.

Pasaron algunos años más, y como no podía ser de otra manera, los Wordsworth aparecieron un día con la idea de cobrarse los favores que en tiempos le habían prestado a su padre.  Tras haber convertido las ruinosas empresas en negocios florecientes, los Wordsworth pretendían cobrarse la ayuda de una manera algo peculiar: Malcolm debía casarse con la hija menor de los Wordsworth, entroncando ambas casas y sellando así una alianza perpetua entre ambas.  Sólo había un problema: Yreine, concubina de Malcolm y madre el propio Kevyeras.


Yreine había aparecido en su vida de casualidad, como las mejores cosas en la vida.  Quiso la suerte que Malcolm estuviese en la calle cerca de ella cuando un rufián trató de apoderarse de su bolsa.  Malcolm la recuperó y quiso entregar al ratero a las autoridades, pero Yreine se negó a esto último.

-¿Cómo te llamas, pequeño?
-Chuck, señora.  Gracias por no denunciarme.
-De nada, pero a cambio quiero que hagas algo por mí.
-Lo que usted diga, señora.

Yreine entonces abrió la bolsa que el ratero había tratado de robar.  En su interior había una considerable cantidad.  Tanto como para que una familia completa comiese durante algunos meses.  La elfa, en un gesto asombroso que Malcolm no entendió, le tendió la bolsa al joven.

-Toma.  Quédate lo que hay en la bolsa.  A cambio deberás hacer lo siguiente:  usarás este dinero para mantenerte mientras aprendes un oficio.  Algo que se te dé bien.  Con esos dedos tan ágiles que tienes, seguramente algún artesano podría contratarte de aprendiz.  Gasta el dinero prudentemente.  Compra comida y alquila una habitación en alguna parte.  Harás esto el tiempo suficiente como para poder establecerte con un trabajo honrado.  Nada de robar.  A partir de ahora no tienes por qué hacerlo.
-Pero... señora... 
-¡No he terminado! Como decía, usarás este dinero hasta que te puedas ganar la vida honradamente.  Y una vez lo hagas, quizás dentro de algunos años, puede que un pequeño ratero trate de robarte a ti un día.  O puede que simplemente paseando cerca del río veas a un chico en apuros, como tú estás ahora.  Sea lo que sea, te acordarás de este momento.  Te acordarás de mí, y de cómo gracias a lo que te doy ya no vives en la calle.  Pues bien, has de prometerme ayudarás a ese chico igual que yo te estoy ayudando a ti.  Piensa en ello como una deuda a largo plazo.  Si por entonces estás establecido, tómalo como aprendiz o criado.  Si tienes un techo donde guarecerte, acógelo.  Haz lo que te dicte el corazón y verás que no equivocas.  ¿Estás de acuerdo?


El pobre y alucinado muchacho se debatía entre las risa y el llanto de emoción.  No tenía palabras para contestar a la doncella elfa que, con un gesto, había cambiado su vida en lugar de arruinársela.  No, sin lugar a dudas no la olvidaría.

La escena impactó a Malcolm tanto por la caridad y sabiduría de Yreine como por su encanto y su belleza.  Una cosa llevó a la otra y en cuestión de meses estaba viviendo en la casa Freyguld, compartiendo penas y alegrías con el señor de la casa.  Nunca se casaron, ya que la elfa no era partidaria de ese tipo de compromiso.  "Soy longeva y viviré más tiempo que tú, Mal.  No me pidas que me case contigo.  Me resultaría muy duro ser la viuda de un humano y vivir en soledad el resto de mis días".

Y así fue como, por una maniobra política, la casa Freyguld ya no fue un lugar apropiado para su madre ni para él.  Yreine no se lo tomó mal, y tras una breve escena de ternura y comprensión empezó a hacer el equipaje.  Se pondría en contacto con unos parientes en Evereska y se mudaría allí, al menos de momento.

-Kevyeras -Yreine se dirigió a él en élfico, seguramente con la intención de que su padre no les entiendese- te espera un mundo de sorpresas y de aventuras emocionantes, no me cabe duda.  Espero que me escribas y me cuentes lo que ocurre aquí o donde quiera que vayas.
-¿No quieres que vaya contigo, madre?
-Puede parecerte cruel, pero en Evereska no son tan... liberales en lo que respecta a los mestizos.  Sólo podrías entrar en el Bosque Eterno con un permiso muy especial que se otorga en raras ocasiones.  Aquí en las tierras de los humanos te denominan Semielfo, pero en las tierras élficas serías señalado com Semihumano.  Los elfos somos criaturas orgullosas, y nuestras tradiciones son rígidas y probablemente anticuadas.  No serías una persona de segunda clase en Evereska, Kevyeras, sino una semipersona.
-Pero... ¿qué haré?  Padre no me quiere aquí tampoco.  Un bastardo resulta un inconveniente cuando tienes que casarte por conveniencia.
-Hijo mío, recorre el mundo.  Sal y encuentra tu destino.  Si haces fortuna y renombre, puede que puedas reclamar el título de tu padre en el futuro.  Pero también puede que para entonces ese título ya no te interese. 

Y con estas palabras y un abrazo, Kev se quedó solo.  Por primera vez en su cómoda vida tenía que tomar decisiones.  Y como todo el mundo cuando hace algo a lo que no está acostumbrado, se equivocó en muchas ocasiones.  La última de ellas la noche anterior.  El destino o el azar le habían llevado a la ciudad de Neverwinter.  Allí había vivido los últimos tres años, ganando su sustento como enviado o paje de alguna de las casas nobles locales.


Su más reciendo empleador, Lord Zaffor, era un antiguo miembro de una de las órdenes de paladines más pintorescas que Kev había visto jamás: la Orden de la Rosa Rubí.  La orden estaba dedicada a la diosa Sune, la de cabellos de fuego, patrona del amor cortés y de la pasión que arde en los corazones, ya sea por una noche o por una eternidad.

Kev se indentificaba con el dogma Sune, ya que por suerte o por desgracia era de corazón caprichoso y había tenido ya sus muchos escarceos, y no pocos problemas, con las muchachas locales.  No podía evitarlo, era un don.  Kev podía ver la belleza donde otros no veían más que una cara, un gesto, un vestido a la moda o una mirada perdida.  En su haber tenía una gran colección de besos (algunos robados, otros cortejados y algunos incluso suplicados) y muchos corazones rotos, ya que si bien Kev era un amante atento y gentil, su compromiso para el amor solía terminar con el canto de gallo, momento en el cual no era raro verle escabullirse por alguna ventana y alejarse silbando ante el amanecer.

Fue precisamente Lord Zaffor el que patrocinó su ingreso como escudero en la Orden, así que seguramente sería el primer decepcionado ante lo que había ocurrido la noche anterior, noche en la que él debía haber velado sus armas ante la imagen de Sune esperando una señal que le reconociese como su guerrero sagrado.  Ésa era la tradición que imperaba en la orden.  A la mañana siguiente tendría que haber relatado su visión ante los miembros veteranos de la Orden y, de considerarla ellos legítima, pasar a formar parte de ella.


Pero claro, algo ocurrió mientras Kevyeras velaba sus armas.  Ese algo tenía una cintura cimbreante, una melena azabache hasta la mitad de la espalda y la mirada desamparada de alguien que se ha perdido irremediablemente en la ciudad.  ¿Qué clase de caballero sería si no ayudase a una damisela en apuros?  Y Kev la ayudó.  No fue culpa suya que en agradecimiento aquella joven le invitase a una copa de vino en la posada.  La misma posada en la que ahora terminaba su desayuno y en la que sus amigos le esperaban para realizar aquel trabajo de escolta de caravanas. 

Ya vería cómo se lo explicaba a Lord Zaffor y a sus compañeros de la Orden.  Quizás le diesen otra oportunidad más adelante.  O quizás pertenecer a la orden no fuese tan importante después de todo.  Por fin sus amigos y él iban a realizar un trabajo remunerado fuera de Neverwinter.  Era la oportunidad perfecta para conocer el mundo más allá de las ciudades.  Él, sus tres amigos y una caravana de mercancías.  ¿Qué podría salir mal?


martes, 7 de abril de 2015

La ira de los justos: La cripta

El mundo pareció detenerse mientras, agotado por el esfuerzo que había drenado casi todo su poder, Kurt era derribado por el hacha inmaterial del espectro de su tío Arlys.  Lo último que pudo ver fue la expresión de furia del alma en pena, pero Kurt no acertó a ver si la furia era por su condición de espectro o por verse obligado a atacar a uno de los últimos descendientes del linaje de Kronner.



Algunos destellos de lo que había sido su vida pasaron por su mente, pero Kurt se fijó principalmente en los días previos a su incursión en la cripta familiar.  Todo había empezado hacía escasos días, cuando llegó a Drezen una carta de su madre.  En ella le felicitaba por su éxito reconquistando la fortaleza de manos de los demonios y por la derrota de Staunton Vhein, el traidor.  Además, la misiva contenía el relato de una misión sin concluir que ella misma junto con su difunto padre trató de emprender mucho tiempo atrás.  Por lo visto, sus padres habían tratado de registrar el antiguo asentamiento enano del Barranco de Sesker en busca de algunos suministros que ayudasen a la Cruzada.  No completaron su misión, ya que según relataba su madre, el espíritu de uno de los cruzados, su tío Arlys Harnaste Kronner, guardaba la puerta del mausoleo familiar y un mal abrumador les impidió la entrada.  La mujer esperaba que, habiendo sido capaz de tomar Drezen y de derrotar a aquellos enemigos imponentes, pudiera derrotar al mal que moraba allí en la cripta.  



Kurt había expuesto esta situación ante lo que habían llamado El Círculo Interno de Drezen, formado por los cuatro héroes de Kenabres: Kairon el Piadoso, paladín de Sarenrae sobre cuya devoción y misericordia corrían ya leyendas por toda la ciudad; Beloq el Vigilante, promotor del incipiente cuerpo de inquisidores que velaban por la seguridad de Drezen; Kiha la de los Misterios, la intrigante hechicera heredera del manto de los Custodios de la Grieta; y él mismo, Kurt el Devoto, comandante de los ejércitos que habían tomado la fortaleza.  Esta camarilla se había convertido en el órgano de gobierno oficioso de la fortaleza, ya que el gobierno de la misma recaía en los hombros de Irabeth como Senescal mientras que la organización estaba en las capaces manos de Aron, el Custodio.

-Viajaremos de inmediato, Kurt.
-Cuenta con nosotros, Comandante.
-Derrotaremos a ese enemigo y localizaremos esos suministros, si es que existen.

Las voces de Kairon, Beloq y Kiha no albergaban ninguna duda ni doblez.  Kurt notó que no era que se sintiesen obligados a acompañarle por compañerismo, sino que de verdad querían ir con él al lugar.  Justo había mencionado el tema y ya estaban planificando cómo llegar, cómo reconocer el lugar e incluso se plantaban ir a recabar información con Nurah, actualmente presa en las celdas de la fortaleza.

-No tan deprisa, compañeros.  Tenemos que valorar qué es lo más urgente.  ¿Es allí a donde debemos ir o hay alguna otra prioridad?  No querría que por ser un tema personal le diésemos más importancia o urgencia de la que le corresponde- fue la respuesta de Kurt.
-El lugar que indica tu madre está a menos de cuarenta kilómetros de aquí.  Es una amenaza para Drezen, y si esperamos igual es peor.  Hemos agitado las aguas de la Herida del Mundo y la podredumbre sale a flote -Beloq tan apasionado como siempre.
-Hay que anular esa amenaza, Kurt.  Y ahora es un momento igual de bueno que cualquier otro.  El mal ha de combatirse, lo sabes tan bien como yo -Kairon y su razonamiento impecable.
-Lo personal es igual de importante que el interés general.  Y no es que vayamos de paseo, amigo mío.  Vamos a acabar con una amenaza y posiblemente a encontrar suministros que nos servirán para reconstruir Drezen más rápido.  Todo indica que debemos ir cuanto antes -fue la contribución de Kiha.
-Sea entonces.  El Barranco de Sesker nos aguarda, y allí el panteón familiar de los Kronner.




Dos días después estaban ya en el asentamiento.  La verdad es que se trataba de un puesto fronterizo construido por enanos y acostumbrado a ser objeto de incursiones enemigas, de modo que estaba fuertemente reforzado y entre los cascotes encontraron restos de armas mecánicas de asedio.  Era un pueblo acostumbrado a ser atacado, y aun así pervivió y se fortaleció durante un largo tiempo.  El tiempo suficiente como para que cuando Kurt examinaba en la entrada al panteón familiar el intrincado árbol genealógico diera con numerosos nombres que sólo conocía por lejanas referencias.  El enano siguió las líneas maravillado por el estilo mediante habían sido esculpidas en la roca.  Un gran trabajo que otorgaba a aquel triste lugar un aire señorial y regio.  Mientras hacía memoria tratando de ubicar la rama a la que pertenecía su madre, una voz profunda y escalofriante le erizó los pelos de la nuca mientras se materializaba en el centro de la entrada la figura de su tío Arlys.



-De modo que el cachorro viene a tratar de terminar lo que su madre no pudo hacer...
-¿Tío Arlys?  ¿Eres tú? -la voz de Kurt permanecía firme aunque en su interior una inquietud crecía y trataba de apoderarse de su ánimo.
-Soy lo que quedó de Arlys Harnaste Kronner.  Soy su fuerza, su rabia y su ira.  Soy el espíritu de la Cruzada que late en todos los miembros de nuestra familia.  Soy tu última advertencia y, de desobedecerme, el instrumento de tu perdición.
-¿Tienes alguna tarea pendiente en este plano, tío Arlys? ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte?
-No, cachorro.  Tus padres no pudieron ni entrar en el mausoleo, de modo que no han sentido la presencia del Amo y su influencia.  Es a él al que me veo obligado a servir, y él es también que me permite hablar contigo.
-Si derrotamos a ese mal, ¿serás libre?  ¿Tendré que enfrentarme a mi propia estirpe para vencer?  ¿Nos atacarás a mí y a mis aliados?
-Retroceded tú y tus amigos.  No podéis vencer.  Huid... -la expresión del espectro no había cambiado, pero Kurt creyó detectar un asomo de angustia en su voz, como si de verdad su tío Arlys quisiese que le hiciese caso, para evitar el conflicto con él.
-Retrocede tú, tío Arlys, porque nosotros vamos a entrar.  Y que Torag atienda nuestras plegarias porque el reinado del mal termina hoy en el Barranco de Sesker.

El espectro se desvaneció con un gemido, dejando la puerta libre y el grupo comenzó el descenso con cautela, sabiendo que el responsable de aquello les estaría esperando.  Descendieron por diversos tramos de escaleras y en cada rellano pudieron contemplar una sucesión de sarcófagos abiertos o directamente rotos, vacíos todos ellos.  Todos sabían que se tendrían que enfrentar a las almas atormentadas de los antiguos ocupantes de aquellos nichos, pero la situación era aún más inquietante para el propio Kurt.  Saber que aquellas almas en pena eran de su propia familia le provocaba una sensación de ira que le resultaba difícil controlar.




La fatalidad comenzó cuando el primero de ellos cruzó el umbral de la estancia interior.  Una pared de piedra los separó, dejando a Kairon dentro de la capilla y al resto del grupo fuera.  Oyeron una voz en el interior de sus cabezas que era más una risa maníaca que otra cosa.

-¡Jajajajajaja! Ahora me alimentaré de vuestros cuerpos y almas.  Siento en vosotros el poder que necesito para abandonar por fin este lugar.

Solo ante el enemigo, Kairon pudo ver cómo una especie de murciélago gigante con cuerpo humanoide volaba por encima de su cabeza, como saliendo de detrás de una estatua.  Sus ojos brillaban de odio y su cuerpo estaba rodeado de un fuego negro que hacía que el conjunto resultase una de las visiones más aterradoras que hasta entonces había visto.  Sin amedrentarse, Kairon blandió a su espada, Resplandor, y afianzó su escudo.

-Estás sólo.  Tus amigos te han abandonado.  Pronto me alimentaré de tu cuerpo y de tu alma, paladín.
-Nunca estoy solo, engendro -respondió simplemente Kairon.




Y no se equivocaba.  Mientras el demonio planeaba por el techo de la estancia, Kairon oía como sus compañeros trataban de echar la puerta abajo.  Su atención se centró entonces en su enemigo, cuya mirada resplandecía con un brillo espeluznante.  No pudo apartar la mirada a tiempo y mientras alzaba su escudo notó cómo sus fuerzas le abandonaban, como si le consumieran la propia vida.  El efecto acumulativo amenazaba con acabar con él cuando un sonido de aire implosionando se dejó oír en el centro de la capilla y el resto del grupo apareció por una puerta dimensional, cortesía de una aturdida Kiha.  Al ver esto, el demonio conjuró a los espíritus de dos de los ancestros de Kurt, entre ellos su tío Arlys, para que terminasen con ellos.

La hechicera estaba agotada por el esfuerzo de transportar a tanta gente, pero el resto estaban listos para entrar en la refriega.  Mientras Beloq evaluaba las debilidades del demonio, Kurt invocó el poder Torag para anular momentáneamente la debilidad de Kairon.  La batalla era demencial.  Los ataques se sucedían por ambos bandos mientras Beloq y Kairon trataban de arrinconar a Skulgrym, que así se llamaba el demonio, mientras Kiha atacaba en la distancia mediante serpientes de fuego.  Kurt apenas podía parar, mermando poco a poco su reserva de poder, ya que sus aliados confiaban en él y en su magia divina para contrarrestar el daño de los ataques que recibían.




El sudor le corría a Kurt por la frente mientras trataba de esquivar los ataques del espíritu encadenado de Arlys.  Mientras tanto, conjuraba oleadas de energía positiva que se transmitían hacia sus compañeros y, utilizando su poder, restauraba las heridas provocadas por los enemigos.  Aquello no podía durar mucho más, como en efecto ocurrió.  El arma intangible de Arlys lo atravesó y se solidificó al pasar por su corazón, seccionando arterias, venas, músculos y huesos.  Kurt ni siquiera lo vio venir, agotado como estaba.

El mundo material le pareció cada vez más translúcido y se vio atraído hacia una fuente de luz.  Luz cálida, agradable, como la de una forja después de un día entero de trabajo.  Era la clase de luz que uno reconoce como familiar aunque no pueda ubicar exactamente.  Extrañamente, no tenía miedo, sólo algo de añoranza por sus compañeros.  ¿Estarían bien?  ¿Saldrían de ésta?  Incluso su devoción por sus hermanos de armas se estaba difuminando ya en la calidez, cuando un chirrido atroz le hizo prestar atención a ese mundo que abandonaba.  Una cacofonía de voces, gritos y lamentos que procedía de Skulgrym y que lo atraía por la fuerza.  Recordó que el Nabashu se alimentaba de almas y entendió que, de no remediarlo, no vería la luz cálida que lo había llamado antes sino que pasaría la eternidad torturado por el demonio y alimentándolo.




La luz se apagó y sólo hubo oscuridad.  Los gritos se amplificaron y entre ellos resonó un alarido del propio Nabashu.

-¿Qué es esto? ¿Y tu poder? ¡Nooooo!

Al parecer, Skulgrym pretendía alimentarse con la energía interior de Kurt, la energía que potenciaba sus conjuros y que le permitía hacer cosas que ningún otro sacerdote podía hacer.  La misma energía que él mismo había agotado momentos atrás, mitigando el daño causado por el propio demonio y por sus esbirros sin vida.  Notó la furia del Nabashu mientras experimentaba una sensación horripilante, lo más parecido al dolor que un alma puede sentir.

Luego todo paró, de repente.  Volvió la luz, el calor de la forja y la paz.  Vio claramente el camino que había de seguir, pero tampoco era necesario ya que se podía guiar perfectamente por el sonido del martillo en la forja.  Un sonido familiar que él tenía presente constantemente.  Recordó incluso los momentos de su vida en el templo en el que ritmo de los martillos marcaba el tiempo y las actividades diarias.  Recordó el tiempo en que las cosas eran más simples, más claras.  Un tiempo de certeza y de rutina en el que todo era como se suponía que tenía que ser.  El templo, el trabajo, la oración, su madre...  En cierto modo echaba de menos la inocencia de aquel tiempo.  Aun así, echó la vista atrás y se paró.  El mundo se oscurecía por momentos y sabía que si se esperaba mucho tiempo, el camino desaparecería.  Pero no podía dejar de mirar atrás.



-Ya vuelve en sí.
-Dejadle sitio para que respire.

El mundo volvió a ser como había sido y el dolor volvió.  Las magulladuras, las heridas y los golpes podrían sanar, pero dentro de él había un sentimiento de melancolía que tardaría en olvidar.  Sabía que no debía abandonar a sus amigos pero no podía evitar sentir que tras aquella lumbre de la forja le esperaba alguien con los brazos abiertos.

-Supongo que la forja seguirá allí cuando me llegue la hora.  Y con un poco de suerte estará allí también el tío Arlys.  Nos reuniremos más adelante...

La expresión de perplejidad de sus compañeros de armas le indicó que había expresado ese pensamiento en voz alta.  Ante él, Beloq y Kairon completaban el ritual que terminaría de restaurarle la salud mientras Kiha y Drimbar, el león compañero de Kairon, observaban a su alrededor para asegurarse de que nadie los interrumpía.

-Te esperarán.  Quien quiera que hayas visto al otro lado seguirá allí cuando llegue el último momento.  Pero antes tenemos una misión que cumplir, y es aquí, en la Herida del Mundo, donde somos necesarios -sentenció Kairon.

Tras incorporarse, a su lado se materializó un martillo de guerra de indudable manufactura enana.  En él, dos símbolos refulgían como con luz propia.  Uno de ellos era el símbolo de Torag, el dios de la forja, y el otro era el emblema familiar del clan Kronner.  El martillo que la leyenda familiar daba por perdido, de repente estaba al alcance de su mano.  Tomándolo como un buen presagio, Kurt lo cogió y lo examinó de cerca.  De algún modo el arma reconoció su presencia y le envió una especie de vibraciones que le dejaron claro que lo reconocía como su legítimo dueño.



-Un problema menos -dijo Kurt enfundando el martillo en su cinturón -. Tenemos un poblado que rastrear en busca de esos recursos que mencionó mi madre.  Pero antes tengo una cosa que hacer.  Acompañadme al exterior, por favor.

Cansados pero de mejor humor, el grupo abandonó el mausoleo dejando atrás sus ominas puertas y adentrándose en el poblado en dirección al templo de Torag, donde Kurt estuvo rezando algunas plegarias.

-¿Agradeciéndole a Torag tu vuelta al mundo de los vivos? -preguntó Beloq.
-No, rezo por el descanso de mi tío Arlys.  Puede que para mí haya sido una experiencia desagradable, pero para él ha debido de ser atroz.  Ser controlado como espectro por un demonio, obligado a enfrentarse a un heredero de tu propio clan, incluso matarlo con tu propia arma...  No puedo ni imaginarme el sufrimiento que ha pasado.  Pero todo ha terminado ya, por fin.  Cuando volvamos a Drezen, recuérdame que debo ayudar en la forja.  Hace ya mucho que no martilleo el acero.
-¿Tienes algún objeto en mente? ¿Alguna armadura mágica? ¿Un anillo quizás?
-No.  Simplemente echo de menos el ruido de la forja.  Me trae...  recuerdos.