viernes, 31 de enero de 2014

Relato: Sólo uno más

Inicio con este post la publicación de algunos relatos de un taller de escritura creativa en el que estoy inscrito.  Publicaré los relatos y posiblemente indicaré el "supuesto" o "planteamiento" que nos indicó el profesor como semilla.  En este caso, se trata de esta imagen.  


Con este planteamiento, éste es el relato que salió, una vez incorporadas las correcciones del profe y de mis compañeros.  Espero que lo disfrutéis tanto leyéndolo como yo disfruté escribiéndolo y recordad que es el primero.


Sólo uno más

Laura se sentó en el borde de la cama, sudorosa y agitada.  Respiraba desacompasadamente como tratando de buscar el aire que le faltaba.  El ambiente en la habitación era opresivo, y olía a cerrado.  Su último cliente yacía en la cama con una mueca de satisfacción dibujada en su rostro.

Laura era muy buena en su trabajo.  Toda una profesional.  Las otras chicas hacían verdaderas chapuzas con sus clientes que eran conscientes casi todo el rato de lo mecánico de sus movimientos.  Ella no.  Cualquier cosa que mereciera la pena hacerse, merecía la pena hacerse bien, ése era su lema.

Sin ponerse en pie, echó mano a la mesilla de noche.  Encima de ella encontró el dinero que su cliente había dejado.  Se trataba de más del doble de lo pactado, pero claro, eso también le ocurría con frecuencia.  Con ingresos como esos pronto podría dejar de trabajar por un tiempo.  Quién sabe, quizás podría encontrar un trabajo menos sórdido.  Ser prostituta en un burdel de Puhket no era muy glamuroso, pero en peores situaciones había estado.  Además, a ella no le desagradaba su trabajo.

La memoria de Laura empezó a navegar por las situaciones en las que se había visto envuelta a lo largo de los años.  Desde el palacio de los Ricardi en Florencia, donde las perversiones de la familia eran legendarias hasta el propio palacio ducal en Venecia donde conoció al que fuera su maestro en las artes de alcoba, Giaccomo Casanova.  Con él aprendió cómo seducir con una mirada, el código de gestos y miradas de la alta sociedad y, cómo no, que siempre hay que tener un plan de huida por si la cosa se complica.  A Laura le había pesado tener que acabar con su vida, pero Giaccomo había descubierto su verdadera naturaleza.  Al principio se comprometió a guardar el secreto y ella, sabiéndose expuesta pero confiando en el veneciano, respetó su vida hasta que, senil y delirante en aquella biblioteca de Dux, comenzó a hablar demasiado.  Cuando el cuerpo inerte de Casanova quedó a sus pies, Laura descubrió con horror que en el libro que estaba escribiendo hacía menciones a ella misma y a su origen.  Más furiosa consigo misma que con la pobre caricatura de seductor que descansaba en el suelo de mármol, arrancó las páginas y destruyó cualquier prueba de su existencia.

También recordó episodios como el que luego se llamaría "Guerra del Opio" y los conflictos que la sucedieron, donde la dulce mirada de Laura le salvó de una represalia severa por parte de un general chino.  El diplomático francés que la rescató, enamorado a primera vista de las sensuales curvas de la joven, también terminó muerto a sus pies.  No podía permitirse dejarlo con vida.

"Sólo uno más", se dijo. 

La verdad es que no todos los clientes que pasaban por la habitación de Laura terminaban como el actual, yaciendo desangrados con un rictus de placer.  Ella sabía parar a tiempo si era necesario.  No todos los clientes del burdel merecían ser drenados completamente, sólo aquellos realmente perversos eran los elegidos.  El resto se marchaban, quizás con un ligero mareo y un vago recuerdo de habérselo pasado realmente bien.  Pero aquellos cuyos gustos eran realmente obscenos, los violentos que Laura sabía que habían agredido a alguna de las chicas, los que buscaban niñas pequeñas o en general aquellos que suponían una amenaza para las meretrices, ésos pasaban una última noche con Laura.

El acuerdo con el portero del burdel incluía la limpieza de la habitación.  Trahn entró en la estancia tras llamar sonoramente a la puerta y envolvió el cuerpo de aquel pederasta en las propias sábanas sin decir una sola palabra.  Laura lo miró cargar el fardo en un carrito como los que las doncellas utilizan para la limpieza de las habitaciones y desaparecer, también en silencio, atravesando el umbral de la habitación.

"Sólo uno más", se dijo.  Un desgraciado más y el número de víctimas habría superado lo aceptable y Laura tendría que abandonar el burdel y buscar otro sitio donde ejercer su trabajo.  Un local donde su modo de vida fuera compatible con sus apetencias, y donde algún portero sin muchas luces cayese bajo el embrujo de su mirada y accediese a un trato similar al que tenía con Trahn.  Tal vez en otro país.  Echaba de menos el Mediterráneo.  Quizás Grecia ofreciese alguna opción, pero en las naciones más desarrolladas era más complicado encontrar lugares aptos.  Eso sí, la cuenca mediterránea estaba plagada de países en los que ser prostituta equivalía a ser maltratada y humillada.  Sí, quizás Túnez o Egipto.  Algún país con turismo, claro.

- ¿Está todo bien? - dijo Trahn desde la puerta.
- Sí, pasa Trahn.  Siéntate aquí un momento conmigo.

"Sólo uno más" se repitió mentalmente mientras se echaba al cuello de Trahn.  No podía dejar cabos sueltos.

Os recuerdo que el contenido de este blog se publica mediante licencia Creative Commons con citación de fuente y sin que sea posible hacer una obra derivada de su contenido.  En todo caso, si queréis usarlo, hablad conmigo primero si necesitáis que os clarifique qué se puede y qué no se puede hacer con este grupo de palabras juntas.

lunes, 27 de enero de 2014

La ira de los justos - La compañía del Martillo (I)


La luz del alba se dejaba ver en los destrozados tejados de Kenabres.  Kurt se asomó a una cornisa de la planta superior del Corazón del Defensor, la taberna que hacía las veces de cuartel general de la Cruzada desde la destrucción de parte de la ciudad.  Allí vio a Kairon, mirando el amanecer en actitud contemplativa como cada mañana.  A diferencia de los demás, Kairon no necesitaba dormir en absoluto.  Aun así, siendo como era un devoto de Sarenrae, procuraba aprovechar el momento del amanecer para sus plegarias y meditación.  Estaba claro que la explosión de energía espiritual de las Piedras de Custodia les había afectado de una forma muy distinta.

Kurt admiró también al nuevo compañero de Kairon, un espléndido león que le miraba con aire indiferente.  Al parecer era un enviado sagrado para ayudar a Kairon en su tarea, y los compañeros aún tenían que acostumbrarse a su presencia.  Un halo de majestusidad envolvía al felino, al igual que al propio Kairon.

Como si el león hubiera leído los pensamientos de Kurt, lo miró y se levantó desperzándose.  Su silueta recortada al contraluz del amanecer era realmente imponente, y aunque Kurt estaba seguro de no haber producido ningún ruido, pudo oir la voz de Kairon, calmada y en paz.

- Adelante, Kurt.  ¿Qué te atormenta?
- Nada que no hayamos hablado ya.  Pero me acaban de avisar de que Su Alteza la Reina Cruzada está llegando a Kenabres con el ejército, tal y como se nos anunció.
- Lo he visto.  Vienen desde el camino del sur, por allí - Kairon señaló un punto en el cual la incipiente luz de la mañana reflejaba en lo que sin duda era un ejército. 
- Dice Irabeth que la reina quiere vernos a los cuatro.  No sé si será algo formal o si tiene planes específicos para nosotros.  En cualquier caso, creo que toca sacar el traje de gala del armario.

Kairon sonrió la ocurrencia de su compañero y, despidiéndose de las vistas, volvió a entrar en la posada junto con Kurt.  Una mirada bastó para que su fiel compañero entendiera que debía quedarse allí y no acompañarlos.  Bastante se habían asustado ya los residentes de la posada cuando vieron por primera vez al león, como para repetir el episodio.
Dos horas más tarde y una vorágine de limpiar botas, lustrar armaduras y ajustar correajes después, y la llamada se produjo.  Unos sonoros golpes resonaron en la habitación que compartían los cuatro.  Kairon fue a abrir al que sin duda sería el heraldo de Su Majestad, mientras Kurt buscaba un adorno para su barba que había perdido.  Cual sería su sorpresa cuando en el umbral de la puerta apareció, sin heraldos, chambelanes ni ayudas de cámara, la propia Reina Galfrey sin escolta.  Kairon reaccionó a la velocidad del pensamiento haciendo una reverencia mientras en el fondo de la habitación se podía ver la cara de ansiedad de Beloc y la indiferencia, finjida o no, de Kiha.  Del baño adjunto a la habitación salió Kurt un minuto después maldiciendo por no haber podido encontrar lo que buscaba.  Desde luego, no era el lenguaje más apropiado para estar en presencia de una autoridad, pero reaccionando como pudo, Kurt adoptó la posición de firmes y saludó militarmente a la Reina.

Galfrey, que había ya desechado las formalidades con los otros tres compañeros, le devolvió el saludo cortesmente y sin más protocolos pasó a relatar su plan.  Tal y como sospechaban Kurt y Kairon, la reina tenía planes para ellos.  Y esos planes implicaban ponerlos al cargo de un contingente de 100 paladines de Iomedae listos para la batalla.  Su misión consistiría en retomar una antigua ciudadela construida en la roca llamada Dezren, ya en el interior de la frontera de la Herida del Mundo.
- Mi reina, ¿es prudente?  Ahora que las Piedras de Custodia no nos protegen de los demonios, ¿no deberíamos centrarnos en defender los lugares donde es más probable que ataquen? - Kurt dudaba de la estragia expuesta.
- El ejército de la Cruzada es mucho mayor que el grupo con el que vais a hacer la incursión.  Según nuestros informes de inteligencia, la Marilith Aponavicius ha retirado la mayor parte de las tropas de Dezren y se dirige al interior a reunirse con más tropas.  Tenemos la sospecha razonable de que intentarán atacar por el sur, tratando de perforar nuestra línea defensiva como una cuña.  No voy a deciros que será fácil, pero os necesito en el norte.  Dentro de Dezren se encuentra la Espada de Valor, un estandarte que según la leyenda portó la mismísima Iomedae antes de ascender como deidad.  Entre sus propiedades mágicas está el reforzar las estructuras y mejorar la defensa del bastión si es colocada debidamente por un creyente.  Cualquier paladín o clérigo servirá.  Si lo conseguís, habremos recuperado un bastión muy importante que nunca debimos perder en primer lugar, y marcará el inicio de nuestra nueva Cruzada hacia el interior de la Herida.
- Sí, pero estamos enviando a esos hombres y mujeres a una misión de la que, incluso teniendo éxito, es muy posible que no vuelvan.
- Son voluntarios, Kurt.  Saben perfectamente lo que está en juego, y no me refiero a sus vidas.  Entiendo tus dudas, pero no menosprecies su valía.  Están tan comprometidos con la Cruzada como vosotros o como yo misma.
- Entiendo, Alteza...
- Podéis cerrar los detalles hablando con tres expertos de mi total confianza que se unirán a vuestro contingente.  Han estado al otro lado del umbral en otras ocasiones y sus consejos os servirán bien.  Hablaremos con ellos tras la ceremonia de investidura.
- ¿Investidura? - La voz de Kiha verbalizó la duda que les asaltaba a todos
- ¡Claro! - dijo con voz jovial la reina - No pretenderéis que unos simples soldados lideren una compañía de veteranos, ¿verdad?  En unas horas os investiré Caballeros de la Cruzada.  Queda, por supuesto, el asunto de quién será nombrado comandante, pero esa decisión no me compete a mí.  Sois como una unidad y os conocéis entre vosotros mejor que yo, de modo que quiero que vayáis pensando quién, de entre vosotros cuatro, llevará el peso del liderazgo.

- Si de verdad creéis que es la opción más acertada, aceptaré.  Pero sigo pensando que Kairon o Beloc son más apropiados para el mando.
- Kairon es un tiflin.  Los cruzados no seguirán a un semidemonio por muy paladín sea.  Yo no hago las reglas, chicos, pero los prejuicios existen, y más en una zona como esta.  Y en cuanto a Beloc, ¿creéis que un paladín obedecerá órdenes de un inquisidor?  Sí, en lo rutinario podría ser, pero me refiero a la típica decisión difícil y que, por el bien de la misión, no deba ser cuestionada.  Los paladines pondrán siempre en tela de juicio las decisiones de un inquisidor por motivos muy parecidos.  No es una buena idea.

El argumento de Nurah tenía lógica.  Tras años luchando contra demonios, aquellos paladines iban a ser asignados a una misión muy complicada y la moral no podía venirse abajo por culpa de los prejuicios.  Y Kurt reconocía que era más fácil evitar la causa de esos prejuicios que afianzar la confianza suficiente como para superarlos.  Nurah era una historiadora que conocía el trasfondo de la zona mucho mejor que nadie.  Eso y su simpatía innata hacían de ella un recurso muy valioso.  Junto a Sosiel, el clérigo de Shelyn encargado del bienestar de la tropa, constituía el refuerzo social de las decisiones.


- ¿Y Kiha? - Musitó Kurt a la desesperada.
- Yo puedo aconsejarte.  Mi conocimiento es más arcano que militar, y lo sabes.  Kurt, tu padre fue un capitán reconocido de la cruzada.  Tu madre es una sacerdotisa de Torag que sirvió con él, te has criado entre armaduras, martillos y marchas militares.  No te escaquees - Kiha lo provocó con intención de que llegara a la conclusióna la que el grupo al completo había llegado ya.

Kurt conocía la responsabilidad del mando.  Su padre había sido, como decía Kiha, capitán de una unidad.  Y, aunque el peso del mando nunca pudo con él, el precio fue muy duro.  Dio su vida por la cruzada, por Torag y por su unidad.  ¿Era por eso por lo que Kurt estaba esquivando el mando?  ¿Porque tenía miedo de no hacerlo bien?  ¿Porque tenía miedo de morir?  ¿O quizás era porque tenía miedo de las decisiones que había que tomar?  Una de las cuestiones filosóficas más famosas entre los acólitos de Torag era: "¿Serías capaz de mandar a un compañero a morir por la misión?".  Con la vida que había llevado, Kurt estaba más que preparado para morir por la Cruzada, pero no sabía si estaba preparado para enviar a los demás a la muerte.  Por muy voluntarios que fueran.

- Entonces decidido.  Que los dioses me inspiren.  Eso sí, recordad que en general necesitaré vuestro consejo.  Entiendo que sólo deba haber una voz de mando, pero esa voz ha de estar en consenso entre nosotros.  Eso os incluye a todos. - Kurt miró a los asesores enviados por la reina Galfrey.  - Y una cosa más: necesitamos gente con experiencia.  No sólo en mando militar, sino en todas las disciplinas necesarias para gestionar un grupo tan grande en un viaje.

Kurt volvió al Corazón del Defensor más tarde a buscar a la peculiar pareja formada por Irabeth y Anevia.  Su relación le parecía muy peculiar y, aunque sabía que no estaba bien emitir juicios al repecto de temas personales ajenos, no se acostumbraba a la pareja.  Una paladina de Iomedae semiorca, de conducta intachable y méritos reconocidos, casada con una humana que hasta hace poco tiempo había sido un humano, demasiado complicado para Kurt.

Encontró a Anevia en la planta de abajo, atendiendo heridos.  Su pierna herida se había curado completamente, con lo que Kurt entendió que la visión de Aravashnial también se habría restaurado.  No había costado mucho convencer a la reina Galfrey para que sus clérigos invirtiesen su poder en sanar sus heridas.  Incluso cuando estaban heridos, ambos habían aportado un valor incalculable al grupo en las catacumbas bajo Kenabres.  Cuando Kurt le comentó la posibilidad de unirse a la compañía que viajaría al norte, Anevia se ofreció a acompañarles.  Ante la pregunta de si Irabeth estaría dispuesta a seguirles, Anevia simplemente respondió "Déjame hablar con ella".  Al parecer la devoción que se profesaban unida al sentido del deber de Irabeth harían el resto.

Kurt se enfrentó después a una de las primeras decisiones difíciles como comandante.  Se trataba de Horzilla, la clériga del demonio Baphomet capturada por ellos mismos.  La prisionera compartía celda con los tres caballeros que, en los disturbios posteriores al ataque sobre Kenabres, habían sucumbido a la desesperación y matado a una doncella para, con su sangre, imbuir sus armas de poder para combatir a la hueste de demonios.  Kurt no llegó a saber nunca si ese método funcionó, y francamente le horripilaba enterarse.  Por mucho que él tuviera fama de frío y calculador, aquellos caballeros, adoradores de Sarenrae ni más ni menos, habían cometido una atrocidad justificándose en el fin sin reparar en los medios.  Un escalofrío recorrió la nuca de Kurt al recordar la expresión decidida de la líder de aquellos tres caballeros a la hora de defender su actitud.  Kurt prefirió enfrentarse primero a la sacerdotisa para que los tres caballeros supuestamente arrepentidos fueran testigos de la escena.

- Horzilla. Dicen que antes de ser servidora de demonios fuiste miembro de la Cruzada.  ¿Puedes explicarnos qué te hizo cambiar de bando?
- Escogí el bando apropiado.  Vosotros sois los que estáis confundidos.  No hay modo de que ganéis esta guerra.  Mi señor dominará estas tierras, sólo es cuestión de tiempo.  El tiempo de la Cruzada es tiempo prestado.

Horzilla escupió al suelo al mencionar la Cruzada.  Kurt tenía claro que aquella mujer estaba más allá de cualquier redención posible, y justo cuando iba a solicitar su juicio inmediato Kiha le dirigió una mirada cargada de significado.  Kurt se retuvo y esperó a que Kiha hiciera lo que pretendía.  Aprovechando un momento de discusión entre la prisionera y Beloc, que amenazaba a la prisionera con algo relacionado con una ventana a una altura considerable, Kiha urdió unos discretos signos en el aire y se dirigió en un tono cordial a Horzilla, cuya actitud hacia Kiha era también de calma y confianza.  Hechizada como estaba, Horzilla dejó de gritar blasfemias contra los dioses de la cruzada y escuchó lo que Kiha tenía que decirle.  Las palabras de Kiha versaban, cómo no, en el arrepentimiento y en la redención.  Kurt no estaba de acuerdo, ya que sabía que el fanatismo religioso era muy poco mutable, sobre todo en los adoradores de demonios.  Se acordó que Horzilla sería juzgada pero no antes de que el grupo volviera de Drezen.


En cuanto a los tres cruzados, obraba en su favor que se hubiesen entregado voluntariamente y que se ofrecían voluntarios para ir a Drezen con el ejército de Kurt.  Kurt vio grandes diferencias entre su compañera de celda y ellos tres, de modo que tras una conversación en la que les aseguró que estaría muy pendiente de ellos, los aceptó en su unidad.

(Seguirá en otro post, que se estaba quedando larguísmo)





domingo, 5 de enero de 2014

La ira de los justos: el origen de un mito


- ¿Kurt?  ¿Me estás escuchando? -  La voz familiar de su madre sacó a Kurt de la especie de ensoñación que le aletargaba.
- Sí, madre, perdona.  Me he distraído un momento.
- Lo entiendo.  La experiencia que has vivido ha tenido que ser sobrecogedora, como mínimo.  No te molesto más, hijo mío.  Descansa y baja cuando estés más despejado.  Creo que el sumo sacerdote de Torag quería hablar contigo pero tú decides si quieres o no hablar con él.
- Claro que hablaré con él, madre.  Pero más tarde.  Es muy complicado.  No tengo aún palabras... - y con esa frase en el aire Kurt volvió a su actitud contemplativa. 

Tenía delante de él una ventana pero aunque lo pareciera no estaba mirando por ella.  Miraba mucho más lejos, hacia el infinito.  Thalysa Kronner se retiró de la habitación que ocupaba su hijo, preocupada.  Nadie entendía lo que había pasado.  De repente, su hijo Kurt y sus compañeros, los Cuatro Héroes de Kenabres, parecían más reales.  Más definidos.  Más resueltos que nunca.  Ella misma se sentía incómoda al hablar con su propio hijo.  Porque seguía siendo su hijo el que estaba en aquella habitación, ¿no?  Rechazó esa duda pensando en que no era justo creer algo así.  Kurt había cambiado, desde luego, pero en el fondo seguía siendo su hijo.

Ataque sobre Kenabres

 Madre e hijo habían compartido una afinidad y una relación honesta y directa desde siempre.  Incluso cuando él era un simple acólito en el templo de Torag y ella le impartía instrucción no había ninguna barrera entre ellos.  Pero esto era distinto.  Kurt estaba "tocado por los Dioses".  Thalysa sonrió preocupada ya que esa frase era un eufemismo muy utilizado para referirse a los locos y a los trastornados.  ¿Estaría su hijo perdiendo la cabeza?  ¿Sería una alucinación la historia que relataba sobre la energía de las piedras de custodia?  Peor aún: ¿podría ser todo una artimaña demoníaca para torturarles de manera exquisita?  No.  Todos los que miraban a los ojos de aquellos Cuatro de Kenabres sabían que lo que había sucedido les había cambiado por dentro.  La duda que en el fondo atormentaba a la sacerdotisa de Torag era si ese cambio era a mejor o a peor y el precio que su propio hijo habria pagado o tendría que pagar tarde o temprano.

Tras dar unas vagas explicaciones y sabiendo que el Sumo Artífice de Torag no había captado la esencia de la revelación que había tenido, Kurt se dirigió a la cita que tenía con sus compañeros.  Todos habían tenido una sensación similar al tratar de explicar el fenómeno que habían experimentado.  Nadie que no lo hubiera sentido podía entenderlo.  Con ellos, por lo menos, no tenía que estar pendiente de miradas curiosas y confusas.

Sumo Artífice de Torag, en Kenabres

- ¿Soy un egoísta por querer volver a sentir la conexión que tuvimos con la energía de las Piedras de Custodia?

La voz de Kurt era serena, pero delataba su anhelo por experimentar de nuevo aquello.

- No, Kurt.  Fue una sensación poderosa.  Sagrada quizás.  Al fin y al cabo está el sueño que hemos compartido todos, donde vimos a ...
- La Heredera - Kurt completó la frase de Kairon.
- Iomedae.  ¿Creéis que era ella en realidad?  Podría ser un truco o una alucinación - el excepticismo de Beloc hacía su aparición.
- Si algo sé de la energía divina es que su manifestación es innegable.  Todos SABEMOS que era Ella, lo aceptemos o no.
- Pues yo no estoy segura de si quiero aceptarlo o no - Kiha era la más reticente. - Al fin y al cabo yo no me siento imbuída con ninguna energía divina en este momento.  Solo me siento...  mejor. 

- Mi teoría es que - continuó Kurt - cada uno de nosotros ha conseguido acceder a una reserva de poder propio.  No busquemos el origen únicamente en una presencia divina.  Recordad lo que vimos.  Vimos la historia de la Herida del Mundo.  Vimos la historia de las Piedras de Custodia.  Fue la energía espiritual de esas piedras lo que... despertó... nuestra fuente de poder.  Obviamente, para mí ese poder es divino.  Yo soy un conducto del poder sagrado de Torag y a través de mí canalizo su energía y su poder, pero es mi propia voluntad la que le da forma.  Una relación parecida tiene Kairon con Sarenrae, ya que es uno de sus escogidos servidores, así que supongo que tú sientes algo parecido.

- Sí, pero es más a un nivel personal.  No me malinterpretéis, continúo sintiendo a la Señora del Alba como una presencia cercana a mí, que me reconforta y me recuerda que debo dar ejemplo de rendención a quien la merezca...
- Y de castigo a quien no la merezca - Beloc completó. - Yo sin embargo no sólo siento la presencia de Iomedae conmigo sino que me siento más determinado, más resuelto a realizar mi trabajo con su ayuda y, sobre todo, con mi fuerza de voluntad. ¿Tiene sentido?
- Por supuesto que sí - dijo Kiha.- Como sabéis, mi poder procede de mi propia determinación y mis propios sentidos.  No tengo una educación formal en la magia, pero sin embargo los hechiceros siempre somos consciente de nuestro poder interior.  Y ese poder no sólo ha crecido sino que me atrevería a decir que ha cambiado con la experiencia.  Sí, creo que esta experiencia nos ha abierto a cada uno una puerta diferente, según nuestras habilidades.  Y yo, tened por seguro que la voy a aprovechar.  Lo vamos a necesitar si queremos sobrevivir a lo que vendrá a continuación.
- Sí - dijo algo taciturno Kurt. - Y tendremos que hacerlo juntos.  Sólo nosotros tenemos la visión y la perspectiva necesaria para realizar según qué tareas.  Lo sospechamos cuando aceptamos la misión de recuperar la Guarnición Gris y lo corroboramos con la epifanía de las piedras.  El resto, sólo lo saben los dioses...


Minago

Aún pasó un tiempo en silencio hasta que el grupo se disolvió sin mediar más que las despedidas formales.  No hacía falta que dijeran mucho más.  Su conexión era cada día más fuerte, pero todos sospechaban que los retos que se les presentarían a continuación serían igualmente desafiantes.  Por lo menos ahora los malvados tenían cara y nombre.  Donde quiera que estuviese, Minago estaría preparándose para hacerles frente.  Tanto ella como su señora, Areelu Vorlesh, eran ahora conscientes del poder de los Cuatro Héroes de Kenabres.  Definitivamente, no se lo pondrían fácil la próxima vez.