miércoles, 25 de septiembre de 2013

Jade Regent: Al límite

Inestable y atontado, Razvan se apoyó en su propia espada mientras se unía a sus compañeros en una alborozada celebración.  Satisfecho con la simbología de estar apoyado en la espada larga, símbolo sagrado de la diosa Iomedae, recapituló cómo habían llegado a estar así, medio muertos y extenuados en un cueva abandonada.

Aquella misma mañana (¿Habían parado para comer? ¿Era siquiera el mediodía? Razvan no lo sabía pero le parecía que había pasado muchísimo tiempo) él y sus compañeros habían emprendido el camino, si es que en aquella ciénaga asfixiante había algo digno de ese nombre, hacia la posición indicada con el símbolo de una cueva en el mapa que habían encontrado en la choza.  Por el camino se habían encontrado con otros dos aventureros que también participaban en La Recompensa Goblin y que había enviado la propia Shalelu Andosana.

Hanzo parecía ser un monje, o al menos vestía como tal.  Sus rasgos físicos recordaban a los de Ameiko Kaijitsu, y sus ojos proyectaban una determinación y una serenidad que a Razvan le llamaron la atención.

Owen, por otra parte, parecía igual de preparado que el propio Razvan.  Su cota de mallas le delataban como guerrero, y pronto sus habilidades de rastreo se revelaron útiles, ya que al parecer había identificado el poblado goblin como uno de los puntos indicados en el mapa.

Tres de los aventureros (Owen, Hanzo y el propio Razvan) eran partidarios de ir al emplazamiento de los goblins y salir a su encuentro. Los otros tres (Bonny, Rashid y Tali) opinaban que la cueva estaba más cerca y que merecía la pena averiguar qué era tan importante allí como para marcarlo en un mapa.  La idea de que por su inacción aquellas criaturas pudieran asaltar alguna caravana (que la Diosa no lo quisiera, pero podría ser la de Sandru) inquietaba a Razvan, pero creyó importante que cada cual expresase sus propias inquietudes y, tras un debate prolongado, decidieron ir primero a la cueva.

La cueva, abierta en medio de una pared rocosa, se pudo alcanzar gracias a unas cuerdas y a la colaboración inestimable del compañero de Tali, Cuernotrallamón.  Una vez dentro, en plena tarea de exploración, ocurrió algo que podría haber tenido consecuencias funestas.  En un descuido imperdonable, Razvan resbaló con una roca húmeda, cayendo a una poza de agua estancada realmente profunda.  Su propia armadura estuvo a punto de hundirlo irremediablemente y de no ser por la ayuda de Owen y del resto de compañeros habría sido la primera baja de aquel singular (y cada vez más numeroso) grupo.

Agradeciendo efusivamente a sus compañeros su ayuda, Razvan, Owen y Cuerno se deslizaron a través de una abertura en un camino alternativo ya que su habilidad y su equilibrio era poco fiable debido a su armadura.  Mientras, Rashid, Bonny, Tali y Hanzo probaban su habilidad saltando la poza hasta otra zona por descubrir.  Aquella división se probó peligrosa, ya que tras la abertura mencionada apareció una araña grande como un perro de presa y con intención de convertir a Razvan, Owen y Cuerno en, respectivamente, desayuno, comida y cena.  Afortunadamente, una estocada certera y bien colocada de Razvan convirtió a aquella criatura en un amasijo de fluidos realmente repugnante.


Recuperada ya la unidad del grupo llegaron a una cueva más grande en la que varios conjuntos de huesos se esparcían por el suelo.  Escarmentados por el encuentro del día anterior, se prepararon y uno de ellos le dio una patada un fémur.  Al instante y sin darles apenas tiempo a reaccionar, los esqueletos se levantaron y les atacaron.  Uno de ellos, vestido con una armadura de Xian, señaló a Razvan en un claro desafío.  Y ahí había empezado la sucesión de errores que casi acaba con su incipiente carrera como exterminadores de goblins.

Razvan consideró que los esqueletos sin armadura debían caer antes cuando en realidad el peligro mayor residía en aquella amenazadora figura desafiante.  El siguiente error que pudo costarles la vida fue que Razvan no desencadenó el castigo divino de Iomedae adecuadamente y a tiempo, de modo que la protección que este castigo le hubiera conferido no llegó a tiempo, provocando que él y Owen besaran el suelo en muy poco tiempo.


Poco a poco fueron cayendo los compañeros y no fue hasta el último momento que el trío formado por Tali y su amigo Cuernotrallamón y Rashid consiguió reducir a polvo a aquel maldito esqueleto desafiante y a su cohorte huesuda.

Aliviado por no haber perecido y, sobre todo, por que su error no hubiera costado ninguna vida, Razvan se apoyaba mareado contra la pared musitando plegarias de agradecimiento a su diosa.

- "Agradezco la lección, oh poderosa y leal.  Y sé que es necesario un método duro para una lección dura.  No volveré a fallaros a vos ni a mis compañeros..."

Como si la propia Señora de la Lealtad le estuviera escuchando (como Razvan sin duda creía) un destello se reflejó en su espada larga.  En su mareo y extenuación, Razvan creyó interpretar en esa señal una complicidad, una comunicación especial con Iomedae.  Sabiendo la suerte que tenía por tener a tan podera aliada velando por él, sacó fuerzas de flaqueza y se irguió, sujetando firmemente su escudo y enfocando la luz que de él emanaba.


Al momento, Hanzo se aproximó a él con una especie de manuscrito en lengua extranjera.  Al parecer el mensaje se hallaba esconcido en la empuñadura del arma del esqueleto jefe, ahora ya polvo en el suelo.  Estaba dirijida al heredero de la familia Kaijitsu.  En estos momentos y tal y como le quedaría claro a cualquiera que conociese Punta Arena, ese cargo descansaba en los singulares hombros de Ameiko.  Habría que comunicar el hallazgo en cuanto volviesen a Punta Arena.  Y a todo esto, ¿dónde se habían metido aquellos infames goblins?


jueves, 12 de septiembre de 2013

La llama eterna: Tharla

Mientras las campanadas sonaban anunciando el mediodía y el alcalde de Kassen recitaba las frases rituales que daban comienzo a aquella particular "fiesta de quintos", Tarlha miraba suspicaz a su alrededor, fijándose en los demás participantes de la ceremonia y escuchando con aprensión las ominosas palabras.  "Peligro", "Resposabilidad", "Esperanza"...  aquellas palabras se repetían una y otra vez.
Pintarse la cara color esperanza...

La verdad es que ella misma estaba nerviosa, vestida con un sencillo vestido de lana con pantalones a juego y recias botas de viaje.  Entorno a ella se agrupaban los demás quintos que la miraban con aire entre incrédulo y divertido.  Ella, la "oveja negra" de Kassen, tendría que trabajar codo con codo con aquellos mismos jóvenes que siempre la habían tratado con distancia y recelo.  Sospechando que alguno de ellos podría estar pensando en gastarle una novatada, se puso en guardia y registró la mochila que el alcalde acababa de darle.  Agua, comida, cuerda, hasta un mapa.  De hecho, su mochila, a diferencia de las demás, tenía un regalo añadido: una pequeña botella de brandy.

Tharla miró alrededor y alcanzó a ver a su madre medio escondida tras unas cajas.  Era cierto que Jazel no tenía la mejor de las reputaciones, pero esconderse en un acto tan público le pareció a Tharla casi ridículo.  Sabía que el brandy era suyo, ya que la propia Jazel lo destilaba en su casa.  La propia afición al "agua de fuego" era la que le había traído tantos problemas en el pasado y cuyas consecuencias podían verse hoy en su persona.



15 años atrás, Jazel aún no se había asentado y era aún una inconsciente aventurera.  Su ansia de experiencias le llevó a pasarse una noche de la raya con el brandy y, sin saber cómo, acabó embarazada.  No fue un embarazo normal, ya que Jazel engordó rápidamente y pronto no  pudo ni moverse.  Tras un parto precipitado, la sorpresa de todo el mundo fue que la criatura venida al mundo no era un rosado bebé de graciosas mejillas sino una semiorca verdosa con aspecto cetrino y enfermizo.

Pragmática hasta el límite, Jazel se asentó en el propio pueblo donde le había tocado en suerte dar a luz, y con más dignidad que vergüenza trató de hacerse un sitio en la comunidad de Kassen.  Sin embargo, su afición a la bebida y los hábitos adquiridos en su vida de aventuras hicieron que los habitantes del pueblo no vieran con buenos ojos a aquella extranjera que, según decían las comadres, era ligera de cascos.

Toda la atención que el pueblo le negaba a la madre la volcó con la hija, ya que según la moralidad imperante "la pobre Tahrla no tenía la culpa de que su madre fuese una fulana".  Por supuesto que esos comentarios los hacían a la espalda de Tahrla ya que cuando la gente la miraba a la cara, la chiquilla despertaba una cierta empatía indescriptible que podía tornarse instantáneamente en furia.

Fue a los diez años, cuando aprendió a leer y a escribir, que el mago local le hizo la prueba de rutina para ver si tenía aptitudes mágicas.  En esa prueba, Tahrla fue capaz de reproducir unos pequeños trucos imitando los gestos y sílabas que hacía el mago, lo cual hizo que éste levantase una ceja y, fascinado con la improvisación de Tahrla, la tomó como aprendiz.  Y no era que Tahrla fuese lenta, ni mucho menos, pero había algo en el conocimiento arcano que se le escapaba.  No entendía por qué había que pasarse la vida aprendiendo aburridas teorías mágicas y procedimientos místicos cuando con un par de gestos, algo de práctica y entrenamiento se podía conseguir el mismo efecto.  De hecho, Tahrla se vio obligada a llevar un "libro de conjuros" para el que no tenía ningún uso.  Al final, por dejar de pelear con su maestro, decidió usarlo como diario en los años que estuvo como alumna.  Escribía las anotaciones en clave, como si de verdad fuese un libro de conjuros, y ante la petición de su maestro de revisarlo siempre decía "No, maestro, usted siempre nos dice que los libros de conjuros son la posesión más preciada de un mago y que no deberíamos perderlo nunca de vista".



Pese a sus limitadas habilidades mágicas, Tahrla tenía recursos que otros no tenían.  Había observado desde hacía un tiempo que, en momentos de furia, su manos se podían transformar en afiladas garras que, con un brillo azulado, podía usar para defenderse.  Se dijo a sí misma que tendría que investigar su origen y su posible uso cuando una voz le sacó de su ensoñación.

- ¡Vamos, verdosa, que a este paso, cuando lleguemos, la Llama Eterna se habrá apagado!

Tharla emprendió el camino siguiendo a sus compañeros cuando su madre le cortó el paso.

- Tharla, tesoro.  Sé que tienes tus propias habilidades para defenderte, pero pensé que en una misión tan importante como esta te vendría bien esto.  Toma, pertenenció a tu padre.  No está oxidada ni nada, yo misma me he ocupado de cuidarla todos estos años.  Ahora es tuya.  Si no la quieres, igual puedes venderla y sacar un dinero que puedas usar para otros fines, pero la verdad es que preferiría que la guardases.

- Madre, ¿dónde voy yo con un hacha tan gigantesca?  Es casi de mi tamaño...  ¿Y no decías que no sabías quién era mi padre?  ¿De dónde has sacado entonces esta hacha?



- Sé que no siempre te he dicho la verdad, pequeña, pero cuando vuelvas, si quieres, te lo contaré todo.  Creo que ya eres mayor, y además estás embarcada en la Búsqueda de la Llama.  A partir de tu vuelta tendrás que decidir si te quedas aquí, si te vas...  qué hacer con tu vida.  Cuídate, mi pequeña esmeralda.

Tharla dio gracias a Desna por estar lejos del resto de sus compañeros.  Si hubieran oído como su madre se dirigía a ella por su mote favorito habría sido una tortura añadida.

Despidiéndose de su madre aceleró el paso para llegar hasta a un recodo del camino donde, con impaciencia, los demás jóvenes la esperaban.  Nada sería lo mismo después de esto...